Cantizal
Suelo culminar la jornada
hundiendo mi manos vacías
en los huertos de la memoria,
removiendo y recogiendo
manojos de vida enterrada,
racimos cautivos de un tiempo
que no siendo más sigue estando,
mosaico de nieblas distantes
de las que surge un diamante,
los quilates de una mirada,
un juramento delicado
y puro como un simple lirio,
palabras dulces e ingenuas
dichas a la sombra de un beso,
atadas a una caricia,
palpitares enfurecidos
por el deseo agazapado,
y aún más allá de la bruma,
tardes ventosas y celestes
de mi infancia de porcelana,
copa de risas como llantos
de lágrimas almibaradas
infancia canto de oropéndola
infancia sabor a guayaba.
Tantas líneas de lo vivido
repujadas sobre la sangre
convergiendo ahora mismo,
en estos espejos que forjo,
en estos versos laminares
y quebradizos como espigas,
condenados al torbellino
de un péndulo que se desboca
hacia el tañido abismal.
Tras la sentencia de los vientos
una llanura de guijarros
mansa como un vuelo de águila
abre su senda al infinito,
horizonte ausente del tiempo
hacia donde voy envuelto
de esta carne como mortaja,
paradero inexorable
del recuerdo mudo y ciego.
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