Disparar e irse... pero muy lejos (3- Sana rebeldía o pura malacrianza)
Pero está bien, suponiendo que nada de lo anterior funcione ya sea porque soy muy mal abogado o porque los jueces son muy estrictos o bien ciegos, o la legislación muy tajante, aún tengo una as bajo la manga: el declararme “objetor de consciencia por razones religiosas, filosóficas y artísticas” (solo que a la inversa, porque en vez de ser una razón para no ir a la "guerra" más bien me lanza a ella... casi una guerra santa pues). Pero antes de pedir la absolución confesaré todo ante el juez… Admitiré que soy un “serial killer” haciendo fotos callejeras y en todo caso a menudo infrinjo la ley descaradamente al publicarlas en Flicker, lo cual no tiene otro propósito que el de dar a conocer mi obra que es un fin en sí y no, como podría suceder en una publicidad, un medio para comercializar otro producto o servicio. Para algunos retratos posados como es lógico sí pido permiso, aunque claro, es un asunto verbal y en realidad el permiso es para hacer la foto, sin abordar el tema de la publicación y mucho menos el de su posible comercialización como fotografía artística. Para las fotos espontáneas obviamente no pido ninguna autorización. Y no lo hago no solo porque entonces casi no podría hacer ninguna fotografía callejera, siendo entonces imposible documentar una parte importante de la realidad que nos circunda, sino también -y sobre todo- porque en mi fuero más íntimo estoy convencido de que el famoso derecho de imagen se fundamenta en una base conceptual y ontológica errónea: Sostengo contra viento, marea, juiciosas doctrinas de serios jurisconsultos, legislaciones restrictivas y turistas mexicanas fumadoras de habanos, que la imagen no pertenece a las personas sino a quien las ve y que se ha hecho una amalgama excesiva con el asunto del derecho a la intimidad. Mi propia imagen me pertenece solamente en el tanto me esté mirando en un espejo o me haga un autorretrato, de otro modo todo lo que la gente ve en mí no me pertenece en lo más mínimo. Además, la fijación de esa imagen gracias a la invención técnica que constituye la fotografía, no es sino un modo de dar una dimensión material a esa imagen que no le pertenece al sujeto fotografiado, sino al fotógrafo que la captura. Y si nuestra imagen no es nuestra, sino de otros… ¿En qué se fundamenta realmente el “derecho a la imagen”, sino en una excresencia del ego que se molesta porque la luz que se reflejó en su cuerpo fue capturada por alguien más? La doctrina jurídica dice que es en el “derecho a la intimidad”, pero la intimidad de la piel para afuera y en la calle me parece una pura entelequia. Resulta curioso que si usted es un personaje público, entonces ahí no tiene derecho a que su imagen sea protegida del mismo modo que si es "perico de los palotes". ¿Es solo en virtud de su estatus o porque en el fondo la doctrina del derecho a la intimidad no es tan consistente en lo que a la imagen se refiere? Podría dar incluso un paso todavía más allá con respecto al cual sé de previo que pocos me seguirán, si es que estuvieron de acuerdo con lo anterior: Estoy convencido, como budista consecuente que pretendo ser, de que en realidad la imagen no le pertenece a nadie en particular, sino al todo que formamos unos y otros. Si se comprendiera eso desde su raíz, nadie andaría preocupándose por el uso de su imagen, porque por otra parte nadie tendría intereses ilegítimos con respecto a ella y todos celebrarían lo que es invaluable en una fotografía acertada: la belleza de la captura, ese momento de luz irrepetible.
Sea como sea, el incidente con la turista no va a desmotivarme con respecto a la fotografía callejera. Todo lo contrario, seguiré haciéndola pero con mayor cuidado. Sencillamente me servirá de lección para afinar la lección de Cartier-Bresson… sí, disparar e irse cuanto antes… pero hacerlo lo más lejos posible (y en última instancia a otro país, si es que ya en el nuestro no se puede). De hecho después del incidente tiré como otras cinco fotos, siempre de personas en la calle. En cuanto a la foto de la turista… bueno… me faltó cancha. Luego pensé que debí haberle dado mi tarjeta para que viera mi trabajo, y que me mandara luego una dirección dónde enviarle su dichosa foto con el puro, porque si bien no es extraordinaria, creo que le hubiera gustado. Así que finalmente no pienso destruirla. Tras serena reflexión y a pesar de lo que le dije, encuentro que realmente no tengo por qué hacerlo, sobre todo porque ella me impidió hacer otra foto y se podría considerar que estamos a mano. Eso sí, espero publicarla tal vez dentro de unos cuarenta años, suponiendo que tanto la foto como yo lleguemos a edades avanzadas. Además, rezaré para que la turista pueda verla.
Quizás llegue entonces a mirar con nostalgia su juventud marchita y si su memoria aún se mantiene, tal vez se acuerde, viendo la foto, de aquel habano que se fumó en un mercado de artesanías en Costa Rica y de un fotógrafo impertinente que le tomó una foto sin su permiso y que para colmo no cumplió cuando dijo que destruiría el negativo… Estoy seguro de que la visión de esa imagen en blanco y negro realizará el milagro de que la turista perdone al fotógrafo y hasta de que le tenga cierto cariño por un delito que bien mirado desde las cumbres de sabiduría a las que -se supone- lo eleva a uno la edad, es casi un inofensivo juego que no hay que tomarse tan en serio. Ahora bien, ya si se enoja feo y hace un nuevo berrinche porque se publicó la foto, pues la verdad me daría pereza y estaría dispuesto a retirarla y pedirle disculpas de nuevo, porque a esas alturas de la vida ninguna foto o nada que venga a quitarle a uno la tranquilidad vale realmente la pena.
Pero déjenme decirles que el mal karma que eventualmente me pude haber ganado -y me podría aún ganar con todo esto-, considero que ya está saldado de alguna manera, porque unos minutos después de lo que he narrado, un policía de tránsito le quitó las placas a mi carro por haberlo estacionado en raya amarilla (¡un sábado!). Resultado: 200 dólares de multa y 10 puntos menos en el permiso de conducir de este fotógrafo abusivo y chofer irresponsable. Ahora ya sé lo que sentía Tres Patines cuando el tremendo juez de la tremenda corte lo multaba.
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